jueves, abril 26, 2012

Tres




A la orilla del río teñido de carmín por la tarde, la joven samurái reposaba. Yacía sobre sus rodillas y una brisa suave acariciaba su frente, rapado ya su largo pelo rojizo. Ya no había espada en su cinto, ya no había una seda suave sobre su blanco cuerpo. Respiró profundamente y se sintió mediocre. Expiró algo de polvo y se sintió efímera. Se reflejó sobre el agua, que corría ya como un torrente de sangre desde las colinas, y se sintió amada por sí misma. 

Ocurrió que metiendo las manos en las aguas rojizas fue a parar a ellas un pez de aspecto rollizo. Lo atrapó unos segundos, lo acarició, y lo dejó pasar. En menos de media hora, una grulla se posó a su lado, se agachó buscando algo de cobijo, y después de un rato alzó de nuevo el vuelo. La joven samurái pasó sobre las alas flotantes del animal su amorosa mirada. 
Al cabo de poco apareció un zorro, y se miraron a los ojos. Un Akita de cabellos anaranjado s se sentó a su lado, y ella puso una mano huesuda sobre su lomo. Pasadas unas horas el Akita partió. 

Entonces una campesina que lavaba su ropa en la orilla del mismo río, al anochecer, le dijo: 

-¡Mujer! ¿Qué haces aquí tantas horas sola?

-Estoy meditando. Estoy observando. Estoy sola. - El sol comenzaba ya a morir, y unas pocas estrellas holgazanas asomaban de entre las nubes blancas. -¿Le molesta acaso mi presencia? 

-De ninguna manera, pero dime...-titubeó al ver el viejo kimono roído de la joven-perdón, decidme, ¿qué hace alguien de vuestro linaje aquí en soledad, rodeada de tanta naturaleza, poniendo sus manos sobre tantos animales, sin poseer ninguno para su propia compañía? 

La joven samurái sonrió tranquilamente y la miró a los ojos. 

-Que la grulla siga su ruta no me enerva. Que el honor del Akita le lleve a escoger su propio rumbo no me enfurece. Que el pez remonte sus propias aguas...tampoco. Que el zorro se acerque y me olisquee y se vaya corriendo tampoco. Quizá lo que más le duela a ésta pobre de espíritu sea que, quizá, algún día, el Akita que se sentó a mi lado sea herido, o que el zorro sea cazado, o que bien el pez deje de remontar para apartarse a morir. Pero, decidme: ¿quizá algo o alguien de lo que hay aquí me pertenece, aunque pase por mi vida? ¿Debo querer perseguir lo que no es mío? Yo os contestaré, honorable señora: No. ¿No corre el agua sin rumbo? ¿No es la vida como un riachuelo? ¿No somos todos hijos de la vida que sigue su propio rumbo y nos cambia y nos moldea a su merced, haciéndonos más justos o injustos? No señora, nada me pertenece, nada ni nadie...ésto es así, y yo, algún día, moriré...y seré parte de ésta mi amada tierra, y no soy imprescindible, y mi libertad me pertenece a mí, como mi vida, mis latidos y mis instintos. 

El Sol acabó de ponerse. Las estrellas ya tiritaban. La buena campesina había recojido su ropa, se había ido, la había dejado en soledad con su propio discurso. Siguió mirando al riachuelo. Siguió mirando como las hojas muertas que caían de los cerezos eran arrastradas por la corriente. Sonrió con tranquilidad, y una lágrima tímida asomó a sus ojos almendrados. 

2 comentarios:

  1. "¿No somos todos hijos de la vida que sigue su propio rumbo y nos cambia y nos moldea a su merced, haciéndonos más justos o injustos?"
    Muy interesante punto, dentro de un bello e interesante relato. Siempre está latente (en mí, al menos) la duda sobre la libertad que verdaderamente poseemos. El libre albedrío y la predestinación tan presente en toda la literatura.
    Un beso grande

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  2. Ah ¡compañero! Sobre éso siempre han habido ( y habrán, espero yo almenos, que no nos quedemos estancados ) eternos discursos como eternas teorías que se adaptan a otras tantas posturas filosóficas. Mi única teoría es que quizá el propio crecimiento o decrecimiento lo elija el propio individuo. Un saludo y nos seguimos.

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